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Daniel Innenarity: “El combate contra el cambio climático no se puede hacer sin una gigantesca movilización social”

Daniel Innerarity, Director del Instituto de Gobernanza Democrática Globernance, ejercerá de ponente en la Conferencia Internacional de Cambio Climático Change The Change dentro del panel temático dedicado a la sostenibilidad, un ámbito estratégico que une la implicación de la política en el cambio climático y los Objetivos de Desarrollo Sostenible.

El avance internacional en políticas de sostenibilidad junto con la aplicación de la Agenda 2030 son dos de los desafíos que conviven con más peso. En línea de su participación como ponente dentro de Change The Change, entrevistamos a Daniel Innerarity con anterioridad al evento que acogerá Donostia-San Sebastián del 6 al 8 de marzo.

Pregunta: Una vez dada por concluida la COP 24 en Katowice, muchas son las voces críticas con la esfera política, en el sentido de que las promesas pactadas pudieran no cumplirse. ¿Cómo ve usted este alegato más pesimista en relación a la cumbre celebrada en Polonia?

Respuesta: Cuando se habla de combate contra el cambio climático, la única calificación adecuada a los avances dados es, insuficiente. Estamos probablemente ante el problema más complejo de negociación al que se ha enfrentado nunca la humanidad; ningún tratado de paz, ni acuerdo comercial o negociación social ha tenido la complejidad de éste, en ningún momento había habido tantos intereses de diversa naturaleza (entre países, entre generaciones, entre diversas valoraciones de los riesgos), tanta asimetría entre las causas y también entre los impactos. Nunca antes se había dado una movilización de expertos para el asesoramiento de los gobiernos como en el caso del IPPC.

Es evidente que no tenemos las instituciones que deberían correspondernos para gestionar un contexto de tan intensas interdependencias. No existe un “Leviathan verde” que pudiera imponer acuerdos y cargas. El régimen legal internacional es débil; está muy fragmentada la gobernanza global en esta materia. De alguna manera, este problema es el prototipo de los escenarios complejos de un mundo globalizado: ninguna acción se limita a tener consecuencias en lo local, pero tampoco hay ninguna institución transnacional que pudiera gestionar el asunto desde una perspectiva global. El modo en que solucionemos esta cuestión será un modelo para la solución de conflictos similares.

P: La ética y la política van profundamente entrelazadas y el cambio climático también se ve afectado por este binomio. ¿Cómo cree que se reflejan ambas en nuestra sociedad con respecto a este desafío global? 

R: El cambio climático ha arrojado sobre la mesa un nuevo tipo de requerimientos éticos y políticos para los que no estábamos acostumbrados. No se había producido antes un desbordamiento tan radical de nuestras esferas de responsabilidad, en el espacio y en el tiempo. Nuestras acciones apenas tenían efectos hacia los vecinos y sobre las generaciones futuras. Con los riesgos asociados a nuestras tecnologías y modos de consumo, se ha hecho patente que la esfera de nuestra responsabilidad se amplía hasta el punto de que ya no podemos considerar a los vecinos o al futuro como un basurero del presente.

El gran imperativo ético y político es considerar qué efectos tiene lo que hacemos sobre otros y esos “otros” ya no son los seres más inmediatos, los miembros de la aldea (un estado nacional y nuestra generación son poco más que una aldea), sino potencialmente toda la humanidad. No tenemos conceptos ni instrumentos para medir ese condicionamiento que ejercemos sobre los demás y eso explica que cualquier avance que hagamos en esta dirección sea demasiado poco.

P: Si una persona ajena a las políticas que se llevan a cabo desde gobiernos regionales y nacionales conversara con usted para sentenciar que el cambio climático no es sino una estrategia o juego político, ¿qué le diría a esa persona?

R: Le pondría delante de los ojos las consecuencias actuales y futuras, las que podemos comprobar ya y las que pueden empezar a producirse. Creo que la más impactante es la figura del “refugiado climático”, es decir, de una persona en situación de fuga a causa de un suceso climático. En este caso, las masas de refugiados cuya subsistencia en los lugares de origen se hará más difícil o imposible, de manera que querrán participar en las posibilidades de supervivencia de los países privilegiados. Ya no se podrá distinguir entre refugiados climáticos y refugiados de guerra, porque muchas de las nuevas guerras estarán originadas por el clima. Hay conexión directa entre ambas categorías en la medida en que el calentamiento global acentúa las desigualdades y genera nuevos conflictos.

P: ¿Cómo valora la relevancia de conferencias a nivel internacional como Change the Change en el debate del cambio climático ante el reto al que se enfrenta nuestra sociedad?

R: Una de las maneras de combatir este cortoplacismo de nuestras sociedades que, por así decirlo, “consumen futuro” de manera tan irresponsable, es generar mecanismos institucionales, compromisos de sostenibilidad, agencias y foros que, como Change to Change, reflexionen sobre nuestras obligaciones más allá de lo inmediato y ayuden a que la sociedad reflexione y se comprometa con tales objetivos.

P: ¿Cómo se puede trasladar desde la política a la calle la necesidad de actuar ya en la adaptación y mitigación del cambio climático?

R: El principal problema de la ciudadanía es que apenas percibe el efecto que su modo de actuar tiene sobre otros, sobre la naturaleza y el futuro. Hay un déficit de legibilidad de ese condicionamiento que de hecho realizamos con nuestras decisiones individuales. En este sentido habría que hacer más visible el modo de cómo estamos haciendo política con el carro de la compra, la trazabilidad de lo que comemos o el recorrido de las basuras que producimos. Una causa como el combate contra el cambio climático no se puede hacer sin el concurso de la sociedad, sin una gigantesca movilización social. Y el comienzo de esa movilización es un acto de caer en la cuenta, de entender el nexo que hay entre lo que hacemos cada uno y el estado global del mundo.

P: Recientes episodios de reivindicación en las calles han ocupado el espacio mediático internacional, como en el caso los ‘chalecos amarillos’. ¿Ve cercana o lejana la protesta de un movimiento que con tanta fuerza levante la voz de alarma y posicione el cambio climático como un problema político a tratar ‘ipso facto’?

R: El futuro no tiene una gran fuerza de movilización en los seres humanos, y menos en una sociedad volcada sobre lo inmediato, cuando las personas entendemos que el presente es el único horizonte de gratificación; tienen mas fuerza de presión los pensionistas actuales que los futuros, los votantes que los niños, los que están dentro del sistema (aunque con unos derechos disminuidos) que quienes están completamente fuera. El hecho de que en los últimos años se haya globalizado la protesta, que el espacio global y la humanidad en su conjunto hayan aparecido como actores más allá de los electorados nacionales, es una esperanza que debería movernos hacia la imaginación de movilizaciones que no tengan como objetivo intereses sino causas y valores.

La de los chalecos amarillos no me parece ejemplar a este respecto (es más bien un indicador de hasta qué punto se ha des-estructurado el marco tradicional de la protesta, que ya no es de clase ni se estructura de manera coherente en una lógica sindical). Me parece más esperanzadora la evolución que va desde el movimiento ecológico hasta la reivindicación feminista o la solidaridad con los refugiados, porque en estas sensibilidades no se trata tanto de defender mis intereses como de luchar por ampliar el alcance de aquellos que tienen derechos.

P: Desde Globernance, el Instituto de Gobernanza Democrática que usted dirige, ¿cómo asesoraría a un gobierno en el contexto del cambio climático y las medidas a implementar dentro de la sociedad actual? 

R: Dentro de nuestras dimensiones ya lo hacemos, desde el plano local al global, con una actividad interdisciplinar de investigación y asesoramiento cuyo horizonte no es la gestión de lo inmediato, sino tratar de que los gobiernos tengan en cuenta que no se puede gobernar el mundo actual sin saber cómo va a ser el mundo que viene. Somos un instituto para la renovación de las instituciones y para la anticipación de la gobernanza futura.

P: ¿Cómo pueden influir en las personas el big data y la sobreinformación de Internet en cuestiones como el cambio climático?

R: Tal vez lo más insatisfactorio de esta revolución de los datos es que no es nada revolucionaria. Como ha advertido Dominique Cardon, la ideología de esta sedicente superación de toda ideología es un “comportamentismo radical”. Los algoritmos que se dicen predictivos son muy conservadores. Son predictivos porque formulan continuamente la hipótesis de que nuestro futuro será una reproducción de nuestro pasado, pero no entran en la compleja subjetividad de las personas y de las sociedades, donde también se plantean deseos y aspiraciones de cambio. Apenas registran, por ejemplo, la aspiración personal de dejar de fumar y continúan haciéndonos publicidad de tabaco, dando por supuesto que seguiremos fumando.

En el plano colectivo, tampoco ayudan gran cosa a la hora de formular ambiciones políticas, como la lucha contra la desigualdad o el cambio climático, que contribuyen a reproducir. ¿Cómo queremos entender la realidad de nuestras sociedades si no introducimos en nuestros análisis, además de los comportamientos de los consumidores, las enormes asimetrías en términos de poder, las injusticias de este mundo y nuestras aspiraciones de cambiarlo?

P: El liderazgo de las mujeres está transformando la sociedad y de ello no se escapa el cambio climático ¿Cómo puede impulsarse su empoderamiento de cara a una estrategia de acción que ponga en marcha la mitigación del cambio climático apoyada desde la política?

R: La democracia paritaria completa la democracia mutilada de los varones en la medida en que introduce las cuestiones relativas a la interdependencia humana en el núcleo de la agenda política; una subjetividad política que incluya a las mujeres promueve el estilo de las relaciones de mutua dependencia allá donde ha regido hasta ahora la lógica de la soberanía. La entrada paritaria de mujeres en el espacio público no supone que ellas lleven a él sus supuestas tareas específicas de hacerse cargo del cuidado y la dependencia, sino que obliga a reorganizar esa división del trabajo y cuestiona la idea de que sólo se pueda vivir en el ámbito público siendo hombre o mujeres sin cargas de este tipo.

Al trastocar la política de la autosuficiencia, el feminismo así entendido abre paso a un modelo en el que otros valores —precisamente aquellos asociados a los valores ecológicos: la vulnerabilidad, la cooperación, el cuidado— puedan ser propiedades y asuntos del espacio público (de hombres y mujeres, por tanto). Del mismo modo que la democracia puede dejar de ser un espacio para individuos independientes, las instituciones políticas pueden abrirse a la lógica de la cooperación y a la atención a lo común, todo un cambio de paradigma en el espacio local y global.